Hago parte de una generación que vivió una niñez marcada por la violencia televisada, entre carteles del narcotráfico, asesinatos de candidatos presidenciales y otros sucesos nefastos como la Toma y Retoma del Palacio de Justicia y la trágica inundación de la población de Armero, Tolima, a causa de una avalancha producida por la erupción del volcán Nevado del Ruiz. Una generación cansada de la guerra y de la precariedad de la democracia actual que se cuestiona la matriz cultural que ha sido naturalizada por medios hegemónicos de comunicación y algunas instituciones colombianas. No queremos más impunidad, vivimos en un país clasista, gobernado por élites y clanes políticos, racista que sigue negando la tierra a sus indígenas y campesinos,  un mundo enfermo, cada vez más deshumanizado por el sistema, de gente indiferente, que cree que la violencia no los afecta porque simplemente no ha tocado las fibras profundas de su propia familia. En ese sentido, me cuestiono si somos productores o reproductores de una agenda mediática, artística y educativa. No podemos vivir un futuro gerenciado por el Mercado y los grupos económicos poderosos, podemos construir desde contextos y saberes locales, para esto la configuración de la memoria y la historia son piezas fundamentales para la creación y las prácticas artísticas.