Liuvoff Morales
MEMORIAS, ARTE Y VÍCTIMAS
El vínculo subjetivo de la labor social del artista está presente en el uso social de la fotografía y del video, pues estos son registros de que algo sucedió en la realidad visible, son pruebas instantáneas y recuerdos de vida. El uso de la cámara, tanto fotográfica como de video, implica una toma de posición, de expresión del realizador, una narrativa audiovisual implícita y, por ende, subjetiva (Susan Sontag, 2011). Para Sontag (2011) las imágenes de violencia de aquellos que han pasado ante la presencia de la muerte nos hablan del dolor de los demás y de su capacidad de protesta y de denuncia para ponerle fin al odio humano, pero debido a que ocurre lo contrario, las imágenes y noticias de guerra se vuelven algo normal, una violencia casi naturalizada a través de la crónica roja. En ese sentido, ver la crueldad de la guerra no significa hacer una reflexión sobre la misma, es necesario ir más allá de lo que narra una imagen sobre la violencia, para poder reflexionar sobre el pasado y sus causas.
Figura 1 [9 de abril de 1948] Figura 2 [Los fusilamientos del 3 de mayo de 1808]
Como por ejemplo la reportería gráfica, las fotografías de Sady González1 son el testigo ocular de los sucesos del 9 de abril de 1948 (véase figura 1), la fotografía en donde se ve a la gente armada con palos, cuchillos, machetes manifestando la rabia por el asesinato del líder popular Jorge Eliécer Gaitán. El arte muestra cómo el artista critica la violencia en la serie de Los desastres de la guerra de Goya (1810-1815), y también en Los Fusilamientos del 3 de mayo de 1808 (véase figura 2), donde plasma la lucha del pueblo español en contra de la dominación francesa en el marco del inicio de la Guerra de Independencia Española.
Por otra parte, encontramos en el campo del arte colombiano la xilografía La cosecha de los violentos (véase figura 3) de Alfonso Quijano (1968) que nos muestra un gigantesco árbol con un grupo de cadáveres que yacen al aire libre, consecuencia de la violencia bipartidista de los años cuarenta y cincuenta, se anuncian la resignación y el silencio fúnebre2.
Entre otras obras igualmente representativas sobre la memoria desde el audiovisual en Colombia, se encuentra la video-instalación Re/trato de Oscar Muñoz (2004), obra en video que muestra en varios paneles cómo se desvanecen imágenes de personas que han sido desaparecidas y se van borrando en la medida en que transcurre el tiempo. Asimismo, otra obra muy significativa sobre la memoria y el performance es el proyecto de intervención de Doris Salcedo sobre el Palacio de Justicia (véase figura 4) cuando el 6 y 7 de noviembre de 2002 se dispusieron 280 sillas colgadas de las paredes del Palacio de Justicia, aludiendo a los sucesos ocurridos en 1985. Otra obra muy significativa que retrata el tema de la memoria es la de Auras Anónimas (véase figura 5) de Beatriz González (2009), que cubrió 900 tumbas en los columbarios del Cementerio Central.
Figura 3 [La cosecha de los violentos]
Complemento de las imágenes que hablan sobre la violencia, la complicidad y silencio de la gente sobre el problema de las víctimas, en el cine de ficción y documental colombianos se resaltan: El río de la tumbas de Julio Luzardo (1964), sobre cómo el río se lleva la violencia impune. Siguiendo un hilo documental social en Colombia es imperativo nombrar el trabajo etnográfico de Marta Rodríguez y Jorge Silva en Nuestra voz de tierra, memoria y futuro (1982) aquí se muestra el juego de poderes coloniales entre el Estado, la Iglesia y las Fuerzas Militares por legitimar la usurpación del territorio, un problema aún vigente. En ese sentido, otra obra que narra la violencia transnacional, consecuencia de la globalización, de la mala distribución de las riquezas y la imposición de las multinacionales, es la video instalación de José Alejandro Restrepo Musa paradisíaca (1996).
Figura 4 [Instalación-Memoria artística de una tragedia: Toma del Palacio de Justicia en 1985]
Figura 5 [Auras Anónimas]
Bajo esa perspectiva para este breve registro sobre memoria, arte y víctimas se puede incluir la obra de teatro de la artista colombiana, ganadora del premio Príncipe Claus (2007) y cofundadora del Teatro la Candelaria, Patricia Ariza, Huellas, mi cuerpo es mi casa (2013) (véase figura 6) ganadora de la beca de creación de la convocatoria Arte y Memoria, obra que lleva a vivir el drama de muchos desplazados, desterrados por la violencia en Colombia y busca sensibilizar a la sociedad. Una obra en la que participan 30 personas, entre ellas víctimas de violencia política, como las Madres de Soacha, quienes reclaman justicia por la muerte de sus hijos, quienes lamentablemente desaparecieron como «falsos positivos» o víctimas de ejecuciones extrajudiciales.
Walter Benjamín enunció que la narración llegaría a su fin, al ver que llegaban enmudecidos, los soldados que regresaban de la Primera Guerra Mundial, sin poder comunicar la barbarie de la guerra. Este mutismo es para Benjamín el fin de la experiencia, pues había sido clausurada y robada la facultad de narrar e intercambiar experiencias. Como lo afirma la Ciudad Letrada (1982) las limitaciones de la expresión textual abanderada de las estructuras de poder y la tradición colonial letrada, restringen el trabajo intelectual, para dar cuenta del potencial analítico de los relatos sociales. Entonces podemos decir que tanto la memoria letrada como la narración se quedan cortos y no pueden llegar a ilustrar lo que las artes visuales, performáticas y narrativas transdisciplinares pueden expresar desde otras lógicas del sentimiento, mas no de la razón. En concordancia con lo anterior, la obra Huellas, mi cuerpo es mi casa (2013) logra transmutar a través del teatro, la experiencia de la violencia y la voz de las víctimas del conflicto armado, para convertirla en una expresión artística, simbólica y cultural sobre el valor los Derechos Humanos, y poder, en el mejor de los casos, generar sentimientos de solidaridad y apoyo emocional en la gente del común; se puede ver que tan solo con eso, ya se tiene ganado mucho terreno para entender el dolor de la pérdida de un ser querido.
Figura 6 [Huellas, mi cuerpo es mi casa (2013) obra de teatro de Patricia Ariza]
Fuera de la producción académica o «profesional», el impacto del arte, el cine, las celebraciones públicas, los museos son un desafío para re-escribir la historia latinoamericana de una manera incluyente, multicultural y plural. Dentro de estas posiciones, destaca Gonzalo Sánchez (2013) que la memoria incluyente se hace posible en el museo, visto como un espacio de salvación y conservación de diferentes narrativas orales y rituales en medio del conflicto, con la finalidad de que no se siga repitiendo la violencia. El museo no es solamente la representación de las comunidades que han sido invisibilizadas por la violencia, sino que el museo como red está conectado con las regiones y la periferia. Sánchez dice al respecto:
“Nosotros concebimos el museo de la memoria como una plataforma donde las comunidades buscan reconocimiento, pero que no se les traguen sus procesos, es decir, el Centro de Memoria Histórica quiere apoyar y dinamizar esos procesos, para ponerlos en un nivel de visibilidad mayor, la construcción del museo como un proceso participativo, donde los procesos regionales se sientan visibilizados y reconocidos” (Entrevista a Gonzalo Sánchez, 2013).





